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India y Nepal: Un Viaje en el Tiempo. XII. La otra cara de Delhi

Capítulo XII: Quemando motores

La luz y los ruidos hicieron que nos despertáramos sin haber descansado lo suficiente, no digo el calor porque la verdad que se notaba ya la fecha y en comparación con el día de llegada, habían bajado bastante las temperaturas. Nos levantamos y cambiamos la cama por el sofá del salón, seguimos con nuestra fotosíntesis mañanera y esperamos a que se despertara Esther para preparar el desayuno. La mañana fue pasando con calma, con demasiada calma, tanta que casi se ven truncados nuestros planes por el pasar descontrolado del tiempo. Llegaba nuestro último estertor en Delhi de este viaje por India y Nepal.

Tocaba hacer un recado antes de ponernos en marcha, Esther tenía que mandar unas cosas en correos. Así que fuimos para allá, estaba cerca de casa así que le dijimos al autorickshaw que nos acercara y que se esperara un rato que luego continuábamos con él. Entramos a la oficina postal y nos atendieron rápidamente, pero en cuanto vieron nuestro embalaje dijeron que así no mandaban nada. El oficinista llamó a un chico y le mandó a por cinta de embalaje marrón, solo servía la brown tape. En cuanto volvió el embalaje se fue forjando cual anillo de mordor con todo el cuidado del mundo, tardó unos 10-15min con cada caja y llevábamos 3. Mientras tanto vigilamos que nuestro conductor no se hubiera ido (suerte la nuestra) y también observamos como unos estudiantes mandaban papeleo universitario. Al final, 1h después de haber llegado conseguimos huir, this is India my friend.

Continuamos nuestro trayecto hasta el Sarujini Market y le dejamos una buena propinilla. El mercado que íbamos a visitar se trata de un mercado básicamente de ropa, de todo tipo y marcas pero a precios irrisorios. Podías encontrar desde trajes de Zara y Desigual hasta bonitos saris y panjabis. El par de dos se volvieron locas con las compras, yo pillé nada más un cinturón de piel clandestinamente a muy buen precio.

Esther y yo en Sarujini Market
Sarujini Market

Se nos hacía tarde otra vez y aún no habíamos comido, así que volvimos a la morada y pedimos comida a domicilio de un tibetano. Los momos resultaron estar exquisitos, así como los veg noodles. Unas horas más tarde (a las 18h) habíamos quedado con Samrat, un amigo indio de Esther. Nos dimos prisa y llegamos a tiempo para ser recogidos con su coche. El hombrecillo resultó ser muy agradable y además nos llevaba a un evento en contra de la pobreza.

El acto fue en el Purana Quila, un antiguo fuerte de la ciudad. Allí, bajo la oscuridad de la noche y la tenue iluminación se alzaba un escenario rodeado de un fuerte y sus jardines. Antes de que comenzara un concierto de folklore tuvieron lugar unos mítines de personalidades diversas de la cultura y la ciencia india, encabezados por un representante de la ONU. No duraron mucho, gracias a dios y pudo comenzar el concierto de folklore. Tres grandes grupos de músicos estaban sobre el escenario, cada uno de ellos pertenecientes al folklore tradicional de una parte del país. A ratos el concierto estuvo animado, pero también hubo momentos algo aburridos, aún así fue toda una experiencia, diferente y agradable.

Actuación de folklore

Samrat nos invitó a cenar a su piso comida bengalí, oferta que por supuesto no rechazamos. Allí conocimos a un amigo suyo, a su inquilina y al rato llegaron Nina y un indio fumeta. Las conversaciones trataron de varios temas y la comida estaba bastante rica, pero nosotros estábamos cansados y eso se notaba. No tardamos mucho en hacer retirada, nos acercaron a por un rickshaw y rumbo al hogar.

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Útima noche en India

Una lluvia de domingo me despertó, me levanté al baño y me asomé luego por la ventana. El monzón había vuelto y estaba inundando toda la calle. Me quedé dormitando un rato más hasta que ya se despertó Gala y nos quedamos charlando en la cama. Al cabo de un rato nos levantamos a desayunar. Yo me quedé luego escribiendo un poco de diario mientras Esther hacía unas cosillas con el ordena y Gala devoraba Festín de Cuervos.

A media mañana ya había parado de llover torrencialmente y el agua que anteriormente anegaba la calle había drenado bastante bien. Tocaba hacer de cocinero, así que puse a mis pinches manos a la obra y salio una deliciosa lasaña vegetal que engullimos cual muertos de hambre. Reposamos un poco la comida antes de salir a la calle, había que hacer algo en el penúltimo y lluvioso día en el país, el último antes de coger el vuelo de vuelta.

The monsoon
A punto de devorar la lasaña

Pusimos rumbo a la zona de la India Gate, un arco conmemorativo todo un símbolo de la ciudad. Al bajarnos del autorickshaw empezó a chispear de nuevo. No llegaba a llover del todo pero sí caía una especie de sirimiri bastante molesto, gracias a nuestro paraguas multicolor todos nuestros males desaparecieron. El llamativo artilugio era centro de atención de propios y extraños, más teniendo en cuenta que lo portaban tres occidentales, mejor dicho dos hembras y un varón con pelo largo y sin bigote.

No tardaron en juntarse dos indios a conversar con nosotros, estaban de visita también y eran ingenieros que se iban a unir al ejército. Dos minutos más y acabamos con más datos de su vida que de las nuestras; se dieron cuenta de que no nos apetecía tener seguidores en ese momento y se despidieron muy amablemente. Rodeamos el arco y comenzamos la larga pateada hasta el parlamento y sus edificios anexos. El paseo fue bonito por una ancha carretera flanqueada por verdes jardines e infinidad de cuervos. La lluvia había cesado. 

El par de dos e India Gate
El largo paseo

Aquella zona parecía típica de otra ciudad, no parecíamos estar en la India, pero solo bastaba mirar un poco más allá para darte cuenta de que sí. Al fin llegamos a los edificios del secretariado, tan alejados de las construcciones indias que se parecía al capitolio pero de unos colores rojizos. El sitio estaba chulo, los edificios eran grandes y detrás de un vallado encontramos el parlamento. La luz fue bajando de intensidad y el ausente sol estaba a punto de esconderse, aparecieron unas tonalidades anaranjadas bastante vistosas.

Tras unas cuantas foteles decidimos volver a casa. Pedimos comida tibetana nuevamente ya que queríamos guardar buen recuerdo en nuestros paladares. El problema fue que tardó mil en llegar y que encima no tenía cambio y nos faltaba la mitad del pedido. Subsanados rápidamente (todo lo rápido que pudo ser) los errores engullimos la comida ya que habíamos quedado para ir a un centro comercial a un club de salsa que frecuentaba Julien.

Edificios del secretariado
Sí, esto también es Delhi
Nuestro último atardecer en India

Y para allí que fuimos, el local estaba en un centro comercial bastante pijele, hasta te cacheaban al entrar. El panorama era grandioso, a cual más personaje, no se si me decantaría por el indio que bailaba salsa-bollywood o el gafapasta-productordecine con su arte y su salero. Yo me dí a la cerveza y me dediqué a visionar el panorama, ver al par de dos hacer el canelo y luego hacerlo un poco yo. Pero la música fue en decadencia y se terminó la sesión, así que el día llegaba a su fin. Un final inesperado a tropecientosmil kilómetros de España, pero la verdad que curioso. Nos despedimos de Julien ya en el portal y pal catre, que ya era hora.

Vuelta a España

Los días de vuelta, salvo contadas excepciones, siempre suelen ser aburridos de contar y este no iba a ser menos. El díaa se levantó lluvioso y no pudimos hacer sino esperar en casa hasta que fuéramos al aeropuerto. Lo único reseñable del día fue que al final no tuvimos ningún problema en pasar la aduana y que nos dimos cuenta de que habíamos perdido el tiempo esos días que intentamos lidiar con la burocracia India. El viaje llegó a su fin. No así estos recuerdos y otros recuperados durante el camino. Al final acabamos cogiendo el gusto a la tan denostada Delhi. Y es que no hay nada como vivir, aunque sea unos días, en una ciudad para poder entenderla y descubrir lo que ofrece más allá de la superficie de polvo y mugre.

Escribir este diario (y releerlo ahora 12 años después) me ha hecho apreciar este país tan sucio y caótico (o al menos lo que nosotros visitamos) y tener pendiente un nuevo viaje de vuelta a la India. Tiempo al tiempo. 

El enmoquetado aeropuerto nos despidió del país

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