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India y Nepal: Un Viaje en el Tiempo. V: Varanasi (Benarés)

Capítulo V: La extraña convivencia entre la espiritualidad y la mierda

Continuamos nuestro viaje en tren hasta Varanasi. Conciliar el sueño no fue tarea fácil, como era de esperar, la longitud de las camas (por decir algo) era bastante ínfima y mis 185 centímetros de altura sobresalían considerablemente. Además estábamos justo al lado de la puerta, con lo cual las hostias cada vez que alguien salía o entraba estuvieron garantizadas. Vamos que pasé lo que se dice una noche poco reconfortante, ni me quiero imaginar haberla pasado en sleeper con el continuo goteo de indios vendiéndote hasta a su abuela. Para eso hay que ser un usuario avanzado y estar muy pero que muy cansado.

Después de poco dormir sonó el despertador, era ya de día, sobre las 6 de la mañana. No tardó mucho el tren en llegar a Mugal Sarai, la estación en donde nos bajábamos. Estábamos a unos 15 km de la ciudad, al otro lado del Ganges. Nada más bajar ya teníamos un conductor de autorickshaw que nos vendió la moto. Al final sacamos un precio aceptable y pusimos rumbo a una de las ciudades sagrada de la India, Varanasi (o Benarés en castellano). El trayecto transcurrió entre sudores y vacas, carromatos, coches y motocicletas, vamos lo de siempre. 

Welcome to Benarés


Nos dejó a unos 5min de la guesthouse ya que toda la zona “central” de la ciudad es un amasijo de calles por las que no caben transportes más grandes que una búfala. Nuestros ojos captaban imágenes extrañas para nosotros que nuestros cerebros no podían procesar con tanta rapidez, esto, unido a que emprendimos una buena marcha, hizo que tardáramos en asimilar dónde cojones estábamos.

Imaginaos estar en una ciudad medieval con su plano errático, sus calles llenas de todo tipo de suciedad, de gente, de vacas y perros, puestecillos de todo tipo de artesanía y alimentación, ahora multiplicadlo al menos por 5 y sumadle las “nuevas tecnologías” tales como motos, bicicletas, cables y anuncios, con eso os podéis hacer una idea, y si ya pensáis en que todos los animales que habitan ahí, cagan, mean y se comen la basura que la gente echa a las calles podéis más o menos entender algo.

Esquivando boñigas, aguas de dudosa procedencia, vacas anchas (a veces demasiado) y todo tipo de basura generada por los indios, conseguimos llegar hasta el Shanti Guesthouse. Allí debería estar Jullack, preguntamos en recepción y así era, fui a buscarle a la habitación. Lo peor de ese maldito guesthouse fue que tenía unas escaleras infernales entre piso y piso. Agotado llegué hasta la habitación correspondiente, no estaba allí, pero escuché la ducha y me acerqué, ¡eureka! Allí estaba, así que le dejé que terminara la ducha y le esperamos abajo en recepción.

Bajó al poco rato, nos abrazamos, saludamos y charlamos. Fuimos a mirar qué habitaciones tenían libres y subimos a echar un vistazo. En una de las agraciadas habitaciones había un mierdusco y una meada de gato bastante interesantes, el resto eran medianamente habitables para una persona no escrupulosa claro está. Nos acordamos de los números y decidimos esperar a las 12 ya que se liberaban más habitaciones.

Mientras tanto subimos al ático a desayunar, lo mejor del lugar sin duda, las vistas sobre la soleada ciudad el inmenso río Ganges son una estampa que no se borra de la cabeza. Pedimos el desayuno y descubrimos la gloriosa nutella pancake mientras nos contábamos aventuras y desventuras. Al poco rato llegó Esther, que venía a pasar el finde con todos nosotros, estábamos el equipo al completo, una pena que al día siguiente se dividiera en pedacitos. También conocimos a los amigos de Jullack: Takeru, Silvan y Ana.

 

Paseando por Benarés

Bajamos a hacer el check in y mientras Takeru decidió ir a darse un baño en el contaminado, y por esa época peligroso, Ganges. Tardamos bastante en elegir habitaciones, una triple y una doble al final y luego mientras rellenamos todos los datos y pagamos apareció el resto por la puerta contándonos la historia: Takeru no sabía nadar y aún así saltó al río, Jullack estuvo preparado por si tenía que zambullirse en su ayuda por las tremendas corrientes, por suerte nada más salir a respirar se pudo enganchar en un cable y arrastrarse hasta la orilla. Por unos momentos se convirtió en el héroe del lugar, pero para desgracia de los indios allí presentes se empezó a echar agua no sagrada por el cuerpo para limpiarse de toda la mierda del río, esa no se la perdonaron
jejejej.

En la terraza con Jul y el héroe Takeru

Varanasi no es una ciudad con monumentos ni grandes paisajes, Varanasi es una ciudad para perderse, inmiscuirse en sus calles, entender la vida de allí y respirar, aparte de mierda, la extraña espiritualidad de sus habitantes y visitantes. Nuestros primeros pasos nos condujeron hasta el Manikarnika Ghat. Los Ghats son los escalones que llevan a un río o a un lago, en este caso al Ganges, tan crecido iba el río de las lluvias monzónicas que apenas se podían ver uno o dos escalones.

La ciudad tiene varios Ghats y allí se reúne la gente para hacer ofrendas al mar, dar una vuelta en barca, pasear o simplemente darse un baño., debido a la crecida para ir de Ghat en Ghat tenías que callejear por el interior ya que por la orilla era imposible, el río se había comido gran parte de ellos. Cerca están las piras funerarias, que es donde incineran a los muertos antes de ofrecerlos al río sagrado. En el poco tiempo que estuvimos en manikarnika vimos pasar dos procesiones funerarias, a cuestas, decenas de personas cargan con un muerto envuelto en flores y sábanas y lo suben por unas escaleras de piedra hasta la pira.

Allí, la familia compra la madera que puede para que su familiar quede lo más calcinado posible, a más dinero más madera. El ritual de calcinarse y “morir” en el Ganges es debido a que ellos creen que para cerrar el ciclo de reencarnaciones deben terminar en un lugar sagrado, el Ganges es uno de ellos. Curiosos subimos a la pira funeraria por una escalinata de piedra. El calor allí era insoportable, varios cuerpos ardían, de muchos de ellos se atisbaban diversas partes del propio cadáver parcialmente fundidas como si fueran mantequilla.

 

Uno de los Ghat
El Ganges desbordado

 
Seguimos nuestra “ruta turística” callejeando por los ajetreados laberintos y llegando hasta un espacio abierto, lo que nos pareció la plaza principal de la zona. Allí ya se veían coches e infinitud de comercios y puestecillos. Pese a estar en la India, Varanasi fue en la única ciudad donde no nos sentimos acosados ni seres extraterrestres. Siempre hay excepciones, pero por lo general se podría decir que no había cansinos. Al salir al “exterior” lo primero que se nota es la decrepitud de los edificios, ya que por las callejuelas es imposible darse cuenta de ello.

Nos metimos por una callejuela y comenzó la fiebre de la compra mujeril, de tienda en tienda toda la mañana. Mientras tanto yo me entretuve comentando cosas con Jullack y parloteando con los tenderos ya amigos de éste. Esta es otra cosa de las que me gustaron del lugar, te metes en una tienda y puedes pararte a hablar con el indio en cuestión sin importar siquiera que vayas a comprar algo o no, simplemente hablar y dar un respiro al calor de la calle. Porque aunque no lo repita cada frase, os aseguro que era asfixiante y los ríos de sudor daban testimonio de ello.

 

 

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Llegaba la hora de comer, volvimos a la plaza principal y de ahí nos acercamos a la terraza del Ganpati Guesthouse. La comida que nos sirvieron estaba deliciosa y el estar prácticamente encima del río fue relajante. Eso sí fue extraño, ya que el río (por llamarlo de alguna manera) arrastraba cualquier cosa que te puedas imaginar: ramas, bolsas de basura, tablas, cerdos, vacas y hasta vimos una pierna flotante, suponemos unida a un cuerpo sumergido. El rato que pasamos allí fue bastante agradable. Ángela se empezó a encontrar mal y Esther quería ir a descansar, así que nos levantamos y mientras ellas fueron al hotel junto a Carla, Gala y yo nos quedamos con Jullack.

Comiendo sobre el Ganges
Desde lo alto

Fuimos a dar una vuelta otra vez por la zona y nos encontramos con Silvan, estuvimos también de tienda en tienda y nos aposentamos en una de instrumentos de percusión. Allí Silvan y un par de japos estaban tocando djembés con un indio que controlaba un montón, nos sentamos y me animé a pillar uno. Allí estuvimos un buen rato intentando seguirle el ritmo y destrozándome la mano, no sonó tan mal al menos.
Cuando nos cansamos y despedimos del dueño en la calle estaba cayendo el sol, decidimos ir hacia al río a ver atardecer. Acabamos en un ghat inundado que estaba casi vacío, pocos ruidos se oían desde ese lugar. Nos sentamos en las escaleras supervivientes y disfrutamos del momento. Es difícil explicar el porqué se estaba tan a gusto en ese lugar. La suciedad seguía latente, las ratas que correteaban a escasos metros de nosotros así lo confirmaban. Quizás fuera la ausencia de gente, el tono de luz o el estar junto al río, pero lo cierto es que es otro de los momentos con el que me quedo del viaje.

Al rato apareció un indio que bajó a darse un baño sagrado en las turbias aguas del Ganges, se lavó los dientes con el mismo agua y mientras tanto otro personaje (indio por supuesto) ni corto ni perezoso arrojó dos bolsas de basura al lado del bañista. The holy water es lo que tiene, cada inmersión que realizan los hinduistas sirve para expiar un pecado. Estuvimos hablando con un barquero la opción de dar un paseo en barca a la madrugada siguiente, pero el cansancio y el caudal del río no hacían que la ocasión fuera propicia para ello.

Tocando el Djembé
Comensal esperando a ser sentado
El «tranquilo» Ghat

Por las noches en el Main Ghat tiene lugar una ceremonia de honor al río, así que nos fuimos para allá. A duras penas conseguimos sentarnos, la celebración consistía en fuego, campanas y cánticos, todo liderado por los Hijra, personas del tercer sexo hindú. Estos no son considerados ni hombres ni mujeres, digamos que son como transexuales. Su cometido es animar y celebrar todo tipo de ceremonias, ya que dicen trae buena suerte. Después de ver la ceremonia al completo nos cruzamos con Esther and cía y mientras ellas fueron a ver un espectáculo nosotros volvimos al hotel. Allí, nos cambiamos de habitación ya que la nuestra estaba plagada de termitas, y subimos a la azotea a tomar un lassi y bajar a descansar. Estábamos como para caer al Ganges.

 

Ceremonia en honor al río

 

Al día siguiente nos levantamos poco antes de las 11 debido a una evacuación de emergencia intestinal, el lassi de la noche anterior había realizado un efecto laxante. Superado el trance tocó ducha, recoger todo y bajar a hacer el check-out. Tranquilamente desayunamos en la terraza, charlamos un poco y decidimos salir a dar una vuelta y sacar dinero. El paseo fue prácticamente el mismo al del día anterior, el calor semejante y la gente seguía allí donde nos la habíamos encontrado.

Ya habiendo digerido un poco la primera impresión te das cuenta que la ciudad te ha gustado, que tiene algo, un ritmo de vida diferente, un ambiente diferente o algo en sus laberínticas y sucias calles que superan la falta de monumentos o bellezas arquitectónicas. Además, pasaron momentos graciosos como el coletazo de vaca que se llevó Carla manchando toda su mano de mierda o la embestida que sufrió jullack por una familiar del ejemplar anterior.

 

Por las calles de Varanasi
Coletazo mierdil

No tardamos mucho en dar la vuelta y darnos cuenta de que casi se nos acababa la India por el momento. A las 17h cogíamos el tren a Gorakhpur y al día siguiente a estas horas estaríamos en tierras nepalíes. Pillamos unos bocatas en una bakery de camino al hostel, Jullack nos acompañó. Por el camino nos cruzamos con Silvan y también con Esther, Ángela y Carla (a estas dos no las veríamos ya hasta la vuelta a España), así que nos volvimos a despedir de ellos, cogimos nuestras mochilas, una botella de agua y en busca del rickshaw perdido para ir a la estación.

En este país otra cosa no, pero tiempo tienes que “llevar” de sobra, nunca sabes los imprevistos, si vas a tardar mucho en encontrar transporte, si el tren se va a retrasar o si hay un atasco de tres pares de narices. Antes de llegar a la calle de los rickshaws ya se nos juntó un conductor y le sacamos un buen precio. Al llegar nos dimos cuenta de que íbamos a ir en el auto más molón de toda la India. Con un bafle en la parte de atrás y música a toda hostia nos conseguimos despedir de Jullack, dejándole con un indio marchoso y una cara indescriptible. Nosotros nos montamos y fuimos partiendo la pana por todo el trayecto hasta llegar a Varanasi Jn.

 No hubo casi tráfico y llegamos mucho antes de lo previsto, con lo cual tocó esperar. Nuestro tren no venía indicado en el panel, así que pregunté a unos guardias y me dijeron que estaba estropeado que ya me avisaría él cuando fuera a venir. Nos sentamos y esperamos a que llegara el momento, nos avisó el guardia y fuimos hasta el andén correspondiente. Allí nos tocó esperar un rato, llegaba con algo de retraso. De nuevo fuimos interrogados por miradas inquisitivas y es que aunque se nos hubiera olvidado, estábamos de nuevo en la India.


Llegó el tren y nos montamos, encontramos nuestros sitios y por supuesto estaban ocupados, conseguimos echar a uno pero se quedó un insurgente. Por suerte al poco rato se bajaron unos cuantos y el hombre se sentó en otro lugar. Nuestro sitio estaba en los asientos side de la sleeper class, teníamos la ventana a nuestra espalda y el aire que entraba hacía que estuviéramos más o menos fresquitos. Estaba atardeciendo y mirar por la ventana fue de lo más relajante, es otro de los momentos del viaje. El estar ahí, en medio de la nada, viendo ponerse el sol sobre unos prados y asimilando los 6 días que llevábamos de viaje.

  

Un momento de relax en el tren
El atardecer por la ventanilla del tren


 

Estábamos bastante cansados y el trayecto se nos hizo muy largo, más que largo agotador. Fueron más de 6 h de viaje con mil paradas, mil bichos nocturnos y por supuesto incidentes curiosos. Destacable del viaje fueron los hipnosapos que se oían al atravesar la oscuridad de la calle. También una mujer que no sabemos qué nos trató de decir en todo el viaje. Ah, dea se compró una comida “local” de esas que van ofreciendo. Consistió en garbanzos con verduras frescas picantes y limón, todo ello servido sobre una hoja y utilizando como cuchara otro cacho de la misma. Mi sed y yo pasamos de comerlo, ya que aunque nos vendieron de todo durante el trayecto, nadie subió ofreciendo agua.


Llegamos a Gorakhpur con algo de retraso, hacía ya bastantes horas que había anochecido. Al salir de la estación flipamos con la cantidad de gente que estaba durmiendo en la calle frente a la misma. Algo así como la impactante cantidad de bicicletas que hay en cualquier estación de Bélgica u Holanda, pero esta vez con personas tendidas en el suelo. Caminamos un rato hacia el hotel al que habíamos echado el ojo en la guía y una vez allí hicimos el check in. Caímos bastante rendidos.

 

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